Libro del Génesis. Capítulo primero. Creación del mundo
“.....11 Dijo asimismo: Produzca la tierra hierba verde y de
simiente y plantas fructíferas, que den fruto conforme a su especia, y
contengan en si mismas su simiente sobre la tierra. Y así se hizo. 12 Con lo
que la tierra produjo hierba verde, y que da simiente según su especie, y árboles
que dan fruto, de los cuales cada uno tiene su propia simiente según su
especie. Y vio Dios que esto era bueno. 13 Y de la tarde y la mañana resultó el
tercer día” (10) Tanto la Biblia como la historia evolutiva de nuestro planeta,
sitúan la aparición de las especies vegetales con gran anterioridad a la
aparición en el mismo de los seres del reino animal.
Son y han sido, por tanto, condición indispensable para la
vida de multitud de especies animales y por supuesto del hombre.
Las especies vegetales han constituido, además de alimento, el
remedio primero a los problemas de salud inherentes a la condición humana. El
hombre antiguo, utilizando su propio instinto, observando
a los animales y a través del conocimiento empírico que se
sustenta en el cotejo de aciertos y errores, aprendió a distinguir las especies
vegetales dañinas de las que podían serle de utilidad.
Se puede concluir por tanto, que la fitoterapia entendida como
la “utilización de los productos de origen vegetal, con fi nalidad terapéutica,
ya sea para prevenir, para atenuar o para curara un estado patológico” (11), es
tan antigua como el hombre. El empleo terapéutico de las especies vegetales fue
la base principal de la medicina de la Grecia clásica y la medicina árabe. Y, a
pesar del gran oscurantismo de la Edad Media, se retoma su estudio con carácter
científi co en el Renacimiento (S. XV y XVI) y ve notablemente ampliada su
farmacopea con las especies vegetales procedentes de las Indias Orientales y
Occidentales tras el descubrimiento de América.
El gran desarrollo botánico a partir del siglo XVI, en que comienzan
a cultivarse Jardines botánicos con el fi n de estudiar y clasifi car las
plantas y anotar las virtudes atribuidas a cada especie estudiada, permitió que
a finales del siglo XVIII, la medicina
contase con un importante conocimiento de las especies vegetales de uso medicinal,
plasmado en textos en que se describe cada especie detalladamente, se dan
pautas de administración, se empiezan a conocer los mecanismos de acción y
también se anotan las indicaciones que se
consideran más apropiadas. Debe considerarse que, al igual que para las
especies vegetales, este estado de conocimiento alcanza a los productos de uso
terapéutico procedentes del reino animal y mineral.
En el siglo XVIII, se da un gran paso en el desarrollo
científico de la medicina en general y del uso terapéutico de las especies vegetales
en particular, con la aparición de la Farmacognosia, término y concepto que
incluye Seydler por primera vez en su obra Analecta Pharmacognostica (1815).
Gracias al desarrollo de esta ciencia, conjuntamente al de la química, la
biología y otras ciencias naturales, se empezó a conocer la composición química
de las drogas de origen natural, cuáles eran las sustancias activas y los mecanismos
de acción de las mismas, al tiempo que se mejoró el conocimiento acerca de la
composición del cuerpo humano y animal, indispensable para poder estudiar los
mecanismos de la enfermedad y de las drogas utilizadas para su alivio o
curación.
Aunque simplifi cando extremadamente -ya que no es el
objetivo de este trabajo una revisión histórica de la medicina-, puede decirse
que en el siglo XIX, el aislamiento de los componentes más activos de las
drogas vegetales, cuyo hito histórico marcó Derosne, al aislar del opio lo que
se llamó la “Sal de Derosne” o narcotina, en 1803, y la síntesis industrial del
ácido acetilsalicílico emprendida por Félix Hoffmann (químico de la casa Bayer)
en 1893, son hechos destacados y emblemáticos que marcaron los inicios de la
farmacología de síntesis cuyo desarrollo culminaría en las importantes
moléculas fruto de la investigación llevada a cabo durante el pasado siglo XX y
hasta nuestros días.
Desde la eclosión de los fármacos de síntesis que forma la base
de la terapéutica ofi cial de los países occidentales, las plantas de uso
medicinal han seguido teniendo, no obstante, un lugar principal en el
desarrollo de la farmacología. Se calcula que existen en el mundo más de 250
mil especies vegetales; de entre ellas se consideran como potencialmente
medicinales unas 12 mil especies, pero debe tenerse en cuenta que solo se tiene
conocimiento científico de un 10% del total de las especies (2). Debido a su
complejidad química, las plantas consideradas medicinales han constituido y
constituyen una fuente valiosísima de principios activos y de modelo para la
síntesis o hemisíntesis química de numerosos e importantes medicamentos.
Y no hablamos solo de fármacos antiguos -aunque totalmente vigentes-
como la aspirina (Salix alba y Spiraea Ulmaria), la morfi na (Papaver
somniferum), la atropina (Atropa belladonna), la colchicina (Colchico
autumnale), la digoxina (Digital purpurea), etc., ya que entre estos
medicamentos con origen en el reino vegetal se encuentran también importantes
quimioterápicos: vincristina y vinblastina (Catharantus roseus), taxol ( Taxus
brevifolia); o, por poner otro ejemplo, las revolucionarias estatinas
originariamente procedentes de diversos hongos que, aunque botánicamente
constituyan un reino propio, a efectos prácticos de uso terapéutico se engloban
en la defi nición de sustancias vegetales susceptibles de acogerse a la condición
de Medicamento Tradicional a base de plantas. Sin embargo, a pesar de que en la
actualidad, en España, en el Catálogo General de Medicamentos editado por el
Consejo General de Colegios de Farmacéuticos (13), se encuentran 150
medicamentos que tienen en su composición productos extractivos de plantas
medicinales, debe considerarse que, a partir de la eclosión y gran desarrollo
de la medicina de síntesis, con moléculas activas de características bien definidas y patentables, el uso de las plantas medicinales de uso tradicional (de
composición compleja, indicaciones múltiples y mecanismos de acción no siempre
bien conocidos), quedó relegado durante muchos años, ante la comunidad científica,
a un discreto segundo plano y en muchas ocasiones banalizado y estigmatizado
bajo la consideración de “remedio casero”.
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